sábado, 17 de abril de 2010

La Velada Literaria

En la velada, leímos varios chavos que vamos al martes de creación literaria. Leí uno de los poemas al cielo que he publicado aquí mismo, el de Lágrimas. Había que leer también una intro pequiñita y leí un fragmento del Blog de Diego. También leyó Gerardjack y la super defensa, la del futbol.
Ellos dos ganaron el primero y el tercer lugar del concurso ¡¡¡Felicidades!!!
Yo participé, pero como habrán notado, no gané nada. Y mi cuento no lo había posteado por que estaba concursando ahí mismo. Está un poco al estilo de Tim Burton y es retorcido. No me echen la culpa!! Es la mala influencia de Gerardjack y Sweeney Todd

El Velador


Jack no tenía una familia normal. Tenía una mamá, que se llamaba Lilly; y un papá, que se llamaba Joe. Pero Jack apenas era un bebé cuando su madre los abandonó. Lilly siempre discutía con Joe. Ella era alegre y él era sombrío. Joe era el velador del panteón, así que siempre llevaba a Jack. El niño pasó su vida ahí, pues no iba a la escuela. Cuando tenía cinco años, a falta de socializar, empezó a habar con los muertos. Y los muertos le hablaban a él. Jack nunca tuvo amigos vivos, todos estaban muertos.
El panteón era muy antiguo. Había estado ahí por cientos de años. Tenía toda clase de tumbas. Desde señoriales mausoleos, hasta pequeñas y pobres lápidas. Aún así, tenían cosas en común. Bajo ellos sólo había cadáveres y esqueletos, personas muertas. Todos muertos. Y el panteón entero era gris. Gris y lúgubre, lleno de polvo y hojas caídas. Parecía que siempre estaba nublado, amenazando lluvia, y terriblemente oscuro.
Cuando Jack cumplió quince años, su padre murió. De esta manera, se convirtió en el nuevo velador del panteón. Velador, como lo había sido su padre, como lo había sido su abuelo, su bisabuelo, su tatarabuelo…
Los años pasaban y Jack seguía conviviendo con los muertos, hablando con ellos y escuchándolos. No se interesó por los vivos, hasta que el conde murió y su familia fue a enterrarlo.
Había una mujer entre ellos. Jack no podía comprender qué había hecho que se fijara en ella. Estaba triste y vestía de negro, como el resto e la gente, no destacaba. Pero a partir de que la vio, Jack quedó perdidamente enamorado de ella.
Los grises días en el panteón llegaron a su fin y ahora eran soleados y alegres. Jack sólo podía pensar en ella, y pensar en ella ocupaba todo su tiempo. Dejó de hablar con los muertos, ya no le importaban. Aunque lo hubiera intentado, no hubiera podido. En el momento en que se interesó por una viva, perdió su rara habilidad.
Averiguó todo sobre ella. Se llamaba Mary, ahora era condesa, vivía en un castillo, tenía catorce caballos, diez perros y al menos veinte sirvientes. Jack sólo ignoraba un minúsculo detallito: Mary estaba casada.
Jack la empezó a cortejar en el mismo instante que supo que vivía en el castillo. Le enviaba flores, chocolates y peluches. En una ocasión mandó traer mariachis desde el otro lado del Atlántico, con su pobre salario, para llevarle serenata. Mary nunca contestó a ninguno de sus regalos, ni le correspondió.
Esto creaba un caos en la mente de Jack. Finalmente entendía la frase que decían algunos muertos: “No puedes vivir con ellas ni sin ellas”, refiriéndose a lo poco que es posible entender a una mujer. Jack quería entender a Mary. Él era el velador más encantador; sin embargo, ella no respondía.
Tendría que matarla. Matarla porque no la comprendía, él entendía a los muertos, no a los vivos.
Jack penetró en el castillo. Pasó por la sala de armas y agarró una elegante daga de plata. Luego, sin hacer ruido, entró en el cuarto de Mary. Jack elevó la daga y estaba a punto de apuñalarla, cuando ella vio su sombra. Se dio la vuelta, gritando horrorizada momentos antes de que Jack le clavara la daga en el corazón.
Su noble sangre azul salía a chorros y decoraba el suelo de la lujosa habitación. Mary cayó silenciosa y majestuosa. Estaba muerta.
Jack trató de hablar con ella. Nada. Le preguntó todo lo que quería saber. Nada. Mary estaba tan callada como un mueble.
Jack oyó pasos. Los sirvientes habían oído el grito de Mary. Él sería acusado de asesinato en menos de lo que canta un gallo. Y nunca más podría saber algo sobre Mary.
Estaba furioso. Apretó la hoja de la daga con la mano. Aquella maldita arma que le había arrebatado a su único amor. Se cortó la mano, y su corriente sangre roja se mezcló con la azul de Mary. Era tal la fuerza con que apretaba la daga, que sus dedos fueron cayendo uno a uno, junto con la misma daga. La agarró con la otra mano y se la encajó en su propio corazón, mientras lanzaba un alarido que parecía salir del mismo infierno. El mayordomo irrumpió en la habitación. Jack cayó de rodillas en el suelo, salpicándolo todo de sangre. Finalmente se desplomó junto al cuerpo inerte de su amada Mary.


-Mary, Mary. Perdóname –susurraba Jack-.Estás muerta y yo también lo estoy, todo por mi culpa. Debes odiarme.
-No, Jack. Sólo odiaba una cosa cuando estaba viva: mis votos de matrimonio. Te amo.

FIN

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